jueves, 22 de julio de 2010

Ser siendo


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Soy el que observa

Como un ojo de mirada abismal y hueca

En el centro de un huracán exaltado

Contemplo el eterno girar del viento

Un desfile de personajes y sucesos

Matices del fractal

Descomposición lumínica estallando

Infinidad de ecuaciones ópticas

Símbolos equivalentes del acertijo central

El festín del tiempo



 por Indira Apartin

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miércoles, 21 de julio de 2010

¿De quién es el deseo?

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En el juego entre la apertura sensual, disponible y la respuesta ardiente que da en el blanco. En la eterna danza  de la receptividad activa y el acto penetrante que busca saciar las ansias del encuentro…

¿De quién es el deseo?


Aquel magnetismo que se despierta entre dos seres, entre dos sistemas energéticos complejos en pleno proceso vivo... ¿Qué extraña y antiquísima fuerza nos obliga a dar los mismos pasos de baile cada vez que nuestro cuerpo entra en contacto con otro?


¿Es acaso acción - reacción?

¿Mera respuesta mecanizada? ¿Simple coreografía de los cuerpos respondiendo a ese programa infinidad de veces repetido de la especie?

¿Qué nos hace humanos?

¿Nuestra condición de seres deseantes de algo inaprensible?  ¿La búsqueda del encuentro en tanto acto creativo que indefectiblemente nos lleva a modificarnos?

El deseo... ¿se puede agarrar?  ¿Existe acaso la satisfacción plena en el plano de la forma?

Quizás tenga que ver con el juego mismo de la existencia... con el movimiento de la vida que buscándose a sí misma incansablemente, encuentra nuevas combinaciones en una creatividad sin fin.

¿Será entonces el estímulo de la evolución, el chiste cósmico de la multiplicidad y la diversidad de la vida?

¿De quién es el deseo?

El deseo circula, es vincular, se presentifica sincrónicamente entre dos cuerpos por la actualización de valencias que se corresponden complementariamente. Es del orden de lo fenoménico.

Ni mío ni del otro, ES

 y aún así…

tan difícil de dilucidar qué es lo que misteriosamente...

lo enciende

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Por Indira Apartin

Imagem Alex Grey - Lovers

viernes, 2 de julio de 2010

Más allá de la luna...

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Su mundo era cálido, seguro, perfecto. Antiguas voces le susurraban al oído...

es aquí donde perteneces
este es tu lugar
no necesitas nada más
aquí hay amor incondicional...





Tan tierna y rebosante de miel era esa redonda cuna idílica, que el sólo hecho de dejarla un rato y sentir el frío desolador de la baldosa del piso era insoportable.

Mientras suaves mantas cobijaban sus pies, fantaseaba con las grandes cosas que haría en el futuro. Sería un héroe, pelearía contra dragones y monstruosos enemigos, a todos los vencería.

Sueños y pesadillas visitaban sus noches. A veces soñaba que buceaba hasta el centro de la tierra para extraer tesoros ocultos y elevarlos hacia la superficie como trofeos sagrados. Otras tantas, que oscuras criaturas de la noche venían a atacarlo despiadadamente. Despertaba agitado y temblando, aunque a menudo secretamente orgulloso de sus hazañas imaginarias.

La escuela fue una extensión de ese mundo, y aunque le costaba afrontar el frío de las mañanas, la contención de la maestra lo hacía sentir en casa.

Era el otro mundo, el de afuera el que se revelaba como un lugar desconocido y repleto de gente extraña. Abrumador, temible, plagado de misterios y oscuridades insondables. Abandonar su cálida morada implicaría un sacrilegio.

Aunque evitó por mucho tiempo salir al espacio exterior, a esa cotidianeidad que frecuentaban los demás con aparente despreocupación, el hecho fue inevitable.

Años más tarde tras la muerte de sus padres, y con la necesidad de trabajar, tuvo que enfrentarse con aquella realidad tan temida. Ya no era posible el amparo.


Una noche mientras contemplaba las estrellas desde el balcón, lo sorprendió muy sigilosamente una desconocida sensación en el centro de su cuerpo. Era aquella  una emoción nunca antes vivida. Una fuerza que lo llevaba a la necesidad de orden y entrega a algo que no entendía con el pensamiento pero que profundamente intuía.

Un potentísimo aunque silencioso terremoto, pujaba como lava de volcán para emerger desde las napas más hondas de sus entrañas.

Atormentado por una batalla que lo tironeaba entre el temer y el querer, decidió abrazar su arraigado y conocido miedo.

El deseo profundo se abría paso, pulsaba para irrumpir. Imposible era ya ignorarlo.

Necesitaba servir al mundo, sanarlo, ofrecerse a él. Pase lo que pase.

A la mañana siguiente el sol brillaba a sus anchas.

Amaneció decidido.

Y lleno de curiosidad y temblor

Por fin abrió la puerta de su querido hogar…



y salió...






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Por Indira Apartin